Me escucho, me cuido, me respeto, me apruebo, soy amable conmigo. Cuántas veces al día hacemos esto, cuántas veces a la semana, cuántas veces al año.
Y nos decimos: “Nooo… sí que lo hago” …Y si es así te doy la enhorabuena. Yo, si te soy sincera aún estoy aprendiendo día a día, tropiezo tras tropiezo. Mi cabeza suele echar humo, me siento en ocasiones seria o incómoda, preocupada y no quiero mirar lo que hay dentro e intento funcionar así. Luego un día se te ocurre mirar lo que hay ahí dentro, sentarte y escucharte, porque lo que hay ahí son preocupaciones y miedo, de no llegar, de qué pensarán, de lo que podrá pasar y ese miedo sólo necesita que lo escuche durante unos minutos y que podamos juntas, mi mente y yo misma, ponerle un poco de atención, de amor, de cariño de amabilidad.
Me escucho, escucho lo que mi cuerpo saca en forma de ansiedad, de sudor, de revoltijo en el estómago.
Y cuando veo lo que hay ahí, los miedos, las injusticias o las preocupaciones, lo observo y no me juzgo. Soy amable conmigo, me abrazo. Abrazo mi dolor, mi tristeza, mi rabia y me quedo con ellas en ese abrazo y poco a poco se diluyen y se convierten en otra emoción que también abrazo.
Me escucho y cuando me he escuchado puedo reírme, puedo cuidarme, darme algo que me apetezca como un paseo o un baño o disfrutar de la compañía. Sé que estoy preocupada por algo y me escucho y me trato con amabilidad por ello, me comprendo, me doy permiso. Y después puedo disfrutar más de mi familia, mis amigos… me comparto de forma abierta y cariñosa.
Sólo puedo dar aquello que tengo y cómo voy a tratar a mi familia con amabilidad si soy tirana conmigo. Me quiero, me respeto, me cuido. Me relaciono bien conmigo y me relaciono bien con los demás. Quiero que mis hijos se abran y hablen y yo me lo permito también, también quiero hablarme y escucharme.
Escucharte escribiendo
Desde este verano tengo el hábito de escribir todas las mañanas, ya escribía antes, pero ahora lo hago prácticamente todas las mañanas, y aún así muchas veces no sé qué escribir y me digo a mí misma, escribe todo eso que te preocupa, que no quieres mirar. Y en un momento has podido liberarte, pero hay días que aún me cuesta hacerlo, tenemos resistencias de mirar lo que hay dentro, de que salga un monstruo, y es posible que en algún momento encontremos huellas incómodas del pasado, ¿pero verdad que puedes decirle algo a ese niño asustado desde el adulto que ahora eres?
Escúchate, como mucho amor, con amabilidad y llora lo que tengas que llorar. Abrázate y date esa caricia que le da una madre a su hijo. Y una vez atendida la herida, ya puedes seguir adelante y encontrarte con la vida, mientras la miras.
Con mucho amor,
Ade.